DE LA LIBRETA DE CHAVARRI
Parece mentira, ya han pasado cinco días desde que
nuestro joven rey llegara a Barcelona. En jornadas alternas
para que no se le haga gravoso, hoy ha visitado Manresa,
pasado mañana tiene que ir a Gerona, dentro de cuatro
días a Tarragona, donde será escoltado por el crucero
Río de la Plata, el cañonero Temerario y el vapor Joaquín
del Piélago, y dentro de seis a Villafranca. En esos
lugares, como he dejado escrito en mi artículo, ha
sido y será recibido de la misma manera: llenas las
estaciones, las calles y las plazas principales, llenos los locales
sociales de toda condición, las industrias, los mercados, las bodegas...
Hombres, mujeres y niños no se cansan de verlo y él no se cansa
de saludar y de estrechar manos con sus lindos guantes para no
ensuciarse. Son escenas tan repetidas que los adjetivos se me acaban
y habré de inventar nuevos.
Eso sí, sorprende lo mucho que allí por donde el rey va, aquí en Barcelona o en Manresa,
reina el orden, la limpieza y hasta el lujo: brigadas de operarios de los ferrocarriles han recompuesto las vías y las aceras de acceso a las estaciones; brigadas de trabajadores de los consistorios han pintado las fachadas y las ventanas de los edificios principales, han barrido las calles no menos de diez veces y han colgado adornos; brigadas de criados han limpiado las lámparas y sacado brillo a cuberterías, cristalerías y metales en las mansiones de nobles y
patricios donde Alfonso XIII ha tomado un refrigerio,
almorzado, merendado o bebido un té íntimo.
Como digo, lo mismo sucederá en Tarragona y en
Villafranca, un ejército que conquista para él la limpieza
y el buen orden y que disfraza una realidad a veces poco agradable.
Pude disimular mi condición de reportero durante
los recorridos de Alfonso XIII por
Barcelona, mas no en Manresa
donde Pascual Torrent, el periodista
de El Noticiero, me ha descubierto
en la puerta de la catedral cuando
el rey entraba bajo palio para asistir
a un Te Deum junto al obispo y las autoridades
y se escuchaban las notas de bienvenida del órgano.
Me preguntó:
—Así que tú, Chavarri, eres el que firma en La Vanguardia como Codina, ¿no?
A don Pascual Torrent en las redacciones le conocen por Don Pasquale, como al personaje de la ópera de Donizetti, porque se encarga de hacer la crítica musical y es asiduo al Liceo desde hace cincuenta años, lo que le causa no pocos disgustos. Como es muy viejo y los estrenos acaban tarde, se duerme de cualquier manera en los sitios más impensados, lo que provoca no pocas situaciones cómicas.
Le dije que Alfredo Opisso me recomendó que me buscara un seudónimo y elegí ése.
—No será por el otro Codina, ¿no?, el que murió.
Le respondí afirmativamente, que lo hice como homenaje a su triste memoria. Le pregunté si le conoció bien pues sabía que Augusto Codina estuvo en otros periódicos antes de recalar en La Vanguardia.
—¿Por qué lo preguntas?
—Porque me dijeron que era joven y murió de tuberculosis. Me gustaría saber más cosas de él.
—Mira, Chavarri, a veces es mejor no saber.
—¿Por qué lo dice usted?
—Murió creyendo que hubo una conjura contra el barón de Castellfullit para matarlo.