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CUENTOS DENSOS (I) 

ESBOZO

 

 

     "Todo irá bien mientras sigas mintiendo por mí", le dice el protagonista de la película en blanco y negro a la mujer a la que besa y acaricia. E insiste entre beso y beso: "¿No has confiado siempre en mí desde que nos casamos y no te he fallado nunca?". "Sí, le contesta ella, y por eso te amo".

Entonces el espectador deja de remover el azúcar de la taza de café, mira a su esposa y, de repente, le pregunta: "¿Tú harías lo mismo por mí? ¿Serías capaz de mentir para protegerme de un crimen?"

     La continuación del relato puede tomar cuatro caminos. Primero: la mujer duda, no dice nada y sigue mirando la película. Segundo: la mujer le dice que sí, que por amor sería capaz de eso y mucho más, y sigue mirando la película. Tercero: la mujer le dice que no, que una cosa es estar casada con un tonto y otra muy distinta estarlo con un asesino, y sigue mirando la película.

     La cuarta es la que tiene más posibilidades: ella le pregunta a su vez.

 

     "¿Y tú? ¿Qué harías si te dijera que esta mañana he matado a tu amante?".

LA BODA

 

 

     Los invitados a la boda de Susan departíamos los unos con otros con las copas de cóctel en la mano. Observé que un niño no dejaba de mirarme. Amy, mi mujer, charlaba con Margaret, a quien hacía tiempo que no veía, mientras yo lo hacía con mi primo Edward. Hablábamos de todo y de nada, como se acostumbra a hacer en las bodas.

    Miré en dirección al niño. Tenía tres, cuatro o cinco años, de edades de niños entiendo más bien poco. Lo había visto antes en la iglesia, durante la ceremonia se había portado mejor que muchos adultos. Ahora no llevaba puesta la chaqueta y uno de los faldones de la camisa blanca le salía por fuera de los pantalones negros. El niño no dejaba de mirarme.

   "¿De quién es ese niño?”, le pregunté a Edward. “Es Randy, el hijo menor de los Turner, no sé si los conoces”. “No sé por qué me mira tanto”. Mi primo le hizo un gesto al niño para que se acercara y le preguntó que por qué me miraba tanto.

      “Es que he oído a mis padres decir que tenía muchos cuernos, pero no se los veo por ningún lado”.

 

   Ese niño cambió mi vida como ningún otro.

EL CUENTO

MÁS CORTO

 

Mi cuñado me contó el cuento más corto del mundo: "Fui". 

 

Y se tiró al tren.

ESTOY SEGURO

DE QUE LO SABE

 

 

Estoy seguro de que lo sabe o que, si no lo sabe, lo intuye. Por eso, cada día que me cruzo con él me mira con esos ojos acuosos en los que hay una ausencia total de simpatía y apenas me hace un gesto de saludo con la cabeza. Pocas veces nos paramos a charlar, la excusa es que los dos tenemos prisa, él por llegar a la oficina bancaria de la que es director, yo porque he de abrir la librería. Estoy seguro que sabe que su felicidad, no sólo la de los últimos veinte años, sino también la futura, dependió de mí, dependió de que en un luminoso día de octubre yo despreciase a la que más tarde fue su mujer.

 

Sabe que a la postre fue elegido como una solución de repuesto.

Así titulé los primeros relatos que publiqué en la revista del grupo ALGA de poesía en la segunda mitad de los años ochenta, CUENTOS DENSOS. Aquí pongo una muestra, pero tendría que comprobar cuales aparecieron en la revista y cuales no.

EN LA PLAYA (I)

 

En la playa unos niños son devorados por un tiburón de plástico. Gloria se pone de espaldas. Quiere que le ponga bronceador. Me pongo las gafas y resulta que no, que los que eran de plástico eran los niños. Al extenderle la crema, sufro una erección grado ocho en la escala de Richter.

Una gorda con piernas de elefante da dos o tres pequeños pasos y descansa, dos o tres pasos y descansa. Estoy a punto de sacar la cámara para hacerle una foto, pero me mira con sus ojos tristes de elefanta y decido no hacérsela. Después se da un baño. Cuando sale del agua, ha encogido y se parece a Claudia Schiffer.

El marido, un hombrecillo calvo y enclenque, da saltos de alegría. Pero la alegría le dura poco: al ver la mujer su transformación, se fuga con un turista italiano.

Un padre le grita a su hijo: "¡Como no salgas del agua voy a entrar yo y te voy a sacar a hostias!". No contento con cumplir lo prometido, acaba pegándole con la sombrilla. Esta vez tengo más suerte y puedo fotografiar la escena. Cuando llega la policía quince minutos después, le ponen una multa por decir palabras malsonantes y ensuciar la arena.

Escribo esto en el billete de tren. No sé qué diantres pensará el revisor cuando lo pique.

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