UNA CONFERENCIA (IV)
Este se halla encima de un tablado, junto al castillo, a unos pasos del lugar donde se cometieron los crímenes. A las ocho de la mañana de ese 19 de junio de 1895 y ante unas ocho mil personas llegadas para presenciar la ejecución, Figueras pide perdón a todos y muy especialmente a los del pueblo de Castelldefels. En pocos minutos muere a manos del verdugo Nicómedes Méndez. El cadáver queda expuesto sobre el tablado de manifiesto hasta la puesta del sol y es enterrado en el cementerio donde yacen sus víctimas.
Tengo que decirlo: en 1993 para acabar de darle forma a la investigación con el fin de participar en un premio colaboraron conmigo Gabriel García Rosauro y Neus Cardona Vives. Seis años después la ampliamos y le dimos forma de libro.
SEGUNDO CAPÍTULO:
Desde el primer día de la investigación me doy cuenta de que tengo una trama y unos personajes de novela. ¿Era Rita Bosch realmente la sobrina del cura o su amante? ¿Y si Figueras no hubiera sido el verdadero asesino? ¿Qué tenían que ver los anarquistas y el atentado del Liceo con un crimen ocurrido en un pueblo dejado de la mano de Dios? Y si el que fue señalado como culpable lo era, ¿por qué el alcalde y otros vecinos removieron cielo y tierra para lograr su indulto?
Poco después de iniciada la investigación histórica, estoy hablando de 1986, escribo un relato para Sant Jordi protagonizado por el pintor Ramón Casas. ¿Por qué él? Porque había pintado un cuadro llamado “Garrote vil” un año antes. En ese relato me lo imagino saliendo de Barcelona en una tartana en dirección a Castelldefels para asistir a la ejecución. No había ni un antes ni un después.
En marzo de 1991 escribo otro que quería que transcurriera en el presente, cuando el mayordomo de un gran señor de Barcelona entraba en su habitación para despertar a la joven con la que había pasado la noche. También contaba con elementos para crear intriga casi desde el primer párrafo: ¿quién era la muchacha que dormía entre las sábanas y qué hacía allí? ¿Por una cuestión de venganza? ¿Y de qué tipo? ¿Y quién era el viejo que había pagado para gozar de ella y arrebatarle su virtud?
Escribí la primera página de un tirón y entonces pensé en trasladar la acción a finales del siglo XIX y convertirlo en un rico barón porque seguía investigando el crimen de la rectoría. Lo acabo dejando más incógnitas que certezas en el aire, lo envío a un importante premio literario y lo gana. Las personas que lo leen dicen que he de continuar la historia. Yo también lo sé, pero, ¿cómo seguir? Se me ocurrió que, como el barón de Castellfullit provocaba tantos odios, varias personas orquestaran diferentes maneras de eliminarlo, empezando por su mujer y su hijo
Buscando potenciar la sensación de verosimilitud, ya entonces no quise poner ninguna fecha y seguí haciéndolo porque estaba construyendo una obra literaria, no una novela histórica al uso, de hecho en las trescientas y pico páginas aparecen pocas alusiones al calendario. Sin embargo, había un personaje que me estaba pidiendo salir, Ramón Casas, y creo que fue él quien me obligó a incluir la historia del crimen.
El crimen, que llega a la mitad de la novela, permite un cambio de ritmo. A partir de él, el lector se da cuenta de que la Gran Causa que defiende el barón de Castellfullit iba en serio. Intento describir entonces el poblacho que hemos visto desde el castillo a partir de la visión que supongo tendría el verdadero periodista de La Vanguardia, Augusto Riera, al que me veo obligado a cambiar el apellido por habérselo dado a Sofía.
El castillo también se merecía salir en la novela y es el periodista quien lo describe. Yo lo convierto en propiedad del barón de Castellfullit, y no de Manuel Girona, y ya ha sido remodelado. Traslado a sus habitaciones parte de un crimen que ha engordado, pues ahora aparecen más muertos y más sangre.
A partir de ahí, la narración novelada corre en paralelo con la historia real. A Figueras, el individuo que tuvo la mala suerte de cometer unos asesinatos en uno de los peores momentos de la historia de Barcelona, le cambio la F inicial por una H y lo convierto en otra persona para salvarlo de esas circunstancias añadidas que tanto tuvieron que ver con su ejecución.
Otro aspecto importante es el juicio. Como digo al final de la novela, hay partes que han sido extraídas de las crónicas de La Vanguardia porque eran tan literarias y tan delirantes (el discurso del presidente de la Audiencia, por ejemplo) que no podía inventarme algo que las superara. Creo que ahí el historiador le ganó la partida al novelista.
En el crimen verdadero transcurrían casi dos años entre el luctuoso suceso y la ejecución y yo, para lograr darle un mayor dinamismo a la narración, reducía ese tiempo a unos meses.
Para acabar, les confieso una cosa: sé que en la novela podría haber incidido más en el crimen porque lo conocía bien, dar más importancia a los personajes reales para convertirla en una novela policiaca. Se que podría haber escrito cien o ciento cincuenta páginas más para darle ese aspecto. Pero no quise porque me di cuenta de que quedaría descompensada. El llamado Crimen de Castelldefels tenía que formar parte de la novela, pero no era en absoluto la novela