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TEXTOS

algunos 

SOBRE

(PROPIOS)

LA TIRANÍA DEL ESPÍRTU

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Las primeras frases no sé si las soñé o fueron fruto de una revelación. Lo que sí sé es que pretendía escribir un relato corto en el presente, una historia en la aparecieran tres personajes principales, el mayordomo que entra en la habitación, la jovencita a la que despierta y el hombre mayor que ha pagado por tenerla a su disposición ese noche.

Pero, ¿cómo continuarla? Enseguida se me ocurrió trasladarla a la última década del siglo XIX, la época que estaba estudiando por entonces para reconstruir un crimen sucedido en Castelldefels, mi ciudad. No quiero adelantarme, pero las dos cosas, la historia del mayordomo, del barón de Castellfullit y de Sofía Riera, y la de ese crimen tardaron mucho tiempo en juntarse y amalgamarse.

El sábado una pareja ya mayor le dio a mi mujer dos libros para que les pusiera una dedicatoria. Se trataban de mi novela “Las cinco muertes del barón airado” y del libro “El Crimen de Castelldefels: Castelldefels a finales del siglo XIX”, que publicamos ella, es decir, Neus Cardona Vives, Gabriel García Rosauro y yo en 1999. Nunca los había visto juntos y este hecho, que la investigación histórica y la narración estuvieran una al lado de la otra doce años después y que de alguna manera “mantuvieran” un diálogo mudo, me sorprendió. Pero más me sorprendió leer las líneas que ocupan las últimas páginas del estudio y que había olvidado completamente.

“Como dice Bocángel (el pseudónimo de Jorge Navarro) en la novela inédita en la que narra parte de los sucesos que hemos explicado, “todas las historias se merecen un final acorde con sus pretensiones”.

 

¿Qué final se merece este libro sobre el Castelldefels de hace un siglo? ¿Hemos logrado colmar el vaso de los deseos expresados al principio?

¿Era Figueras un simple ladrón, un pobre hombre que se volvió loco o un enamorado despechado que mató en un arrebato de pasión?

¿Qué otras influencias se llegaron a mover para intentar obtener el perdón de Figueras?

 

¿Por qué los pobladores de un pueblo donde han sido asesinados salvajemente el cura y una sobrina suya se avienen a salvar la vida del criminal? 

Lamentablemente aún hoy estas preguntas no tienen respuesta, quizá porque, al fin y al cabo, este libro no es una novela.”

Como es lógico, hay frases que no son mías sino de Gabriel y Neus, pero me ha llamado la atención las referencias a la novela, como si ya en aquel momento lanzara una botella al agua con un mensaje y volviera a mí muchos años después.

 

 

Estar más de media vida imaginando este momento, presentar tu primera obra literaria en tu ciudad y, cuando llega, temer quedarte sin palabras.

Haber estado en la inauguración de la Biblioteca Ramon Fernandez Jurado (dentro de poco hará veinticinco años) y no haber participado en el acto porque estaba en la puerta vigilando que nadie se llevara los libros (que no eran “nuestros”, los habían prestado para el acto) hay ahora ser el protagonista del primer acto que se celebra en este nuevo edificio. ¿Una suerte de justicia poética?

Hace 118 años hubo un crimen a pocos metros de aquí y ahora celebremos que los muertos hayan vuelto a la vida en forma de novela.

Alguien hace veinte años me da un libro en blanco y yo le devuelvo uno enteramente escrito y publicado. Me pregunto qué hubiera pasado si Pedro Bravo no llega a hacerlo. Seguramente ustedes no estarían aquí.

Iniciar la novela con una habitación rosa y justo cuando la acabo cinco años después irnos mi mujer y yo de viaje a Asturias, llegar a una casa rural y decirnos el propietario: “Les tengo preparada la habitación rosa”.

Haber escrito una novela hace quince años lo que me obliga a tener que elaborar un discurso que quizá no sea del todo cierto. ¿Qué quise o no quise decir entonces? ¿Soy yo el mismo de hace veinte años?

Querer hacer un libro que redondo (o casi) para así contradecir a Eulalia Recasens.

Darme cuenta de que no he escrito un libro sino un boomerang que lanzo a una editorial y me es devuelto y diez años después lo vuelvo a lanzar y regresa a mí en forma de libro.

Y una última paradoja: para escribirla me fijaba en imágenes, cuadros de Ramón Casas, fotografías de Barcelona y Castelldefels, imágenes que guardo y que ahora no puedo ponerlas porque sería como traicionar la obra, los personajes y los paisajes imaginados por cientos ya de lectores. Es decir, me doy cuenta de que ni la novela ni los personajes me pertenecen por entero…”

De la presentación en la Biblioteca Ramón fernández Jurado de Castelldefels en marzo de 2011

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(1) El inicio de lo que tenía que ser un relato

Está fechado el 3 de marzo de 1991.

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Portadas alternativas a la original ideadas por Bocángel  a partir de cuadros y dibujos de Casas.

En pintura, en fotografía, en arquitectura, en poesía y en todas las artes en general, la crítica se hace a la obra acabada, no al proceso de su construcción o montaje, eso quedaría reservado al estudioso, al interesado o al fanático. En ocasiones el artista o autor puede alumbrar en alguna entrevista o artículo los motivos que le indujeron a crear esa obra y no otra y por lo general utliliza un lenguaje rebuscado para justificar el camino emprendido. Como esto no es ni una entrevista ni un artículo, procuraré no utilizarlo.

En algún sitio he dejado escrito o dicho que la novela empezó siendo un relato corto que tenía que transcurrir en el presente (el de hace veinte años, cuando la inicié). Pero tras escribir algunos párrafos me di cuenta de que no sabía por donde tirar (1). Como estaba estudiando el llamado “Crimen de Castelldefels” sucedido a finales del siglo XIX, se me ocurrió atrasar cien años la escena y el relato me salió casi de un tirón.

Ya entonces no quise poner ninguna fecha y seguí haciéndolo porque estaba construyendo una obra literaria, no una novela histórica, de hecho en las trescientas y pico páginas no aparece ninguna alusión al calendario, solo en la contraportada y porque lo ha puesto la editorial. Sin embargo, no fue hasta mucho más tarde, y por la inclusión de personajes que me estaban pidiendo salir, entre ellos Ramón Casas, que disfracé la “historia real” para adaptarla a la novela. Un ejemplo que no le he contado a nadie: en el verdadero crimen transcurrían casi dos años entre el luctuoso suceso y la ejecución y yo, para lograr darle un mayor dinamismo a la narración, reducía ese tiempo a unos meses.

A esas alturas, un relato corto acabado, unos personajes y nuevas tramas añadidos me habían obligado a alterar algunos aspectos de la realidad, el más importante, y en eso tienes razón, el de la relación del pintor con Julia, su modelo, a la que conocío más de diez años después y no se casó con ella hasta 1922, creo.

Hay que tener en cuenta que hace veinte años no existía internet y que no sabía demasiadas cosas sobre ellos dos, en realidad ni tan siquiera había podido averiguar el apellido de la muchacha, Peraire, y su personalidad era un misterio. La única solución era crear un personaje y para justificarme podría decir: “¿quién dice que se trata de la misma Julia?” A fin de cuentas lo mismo hice con Figueras, el individuo que tuvo la mala suerte de cometer unos asesinatos en uno de los peores momentos de la historia de Barcelona: al cambiarle la F inicial por una H lo convertí en otra “persona” y lo “salvé” de esas circunstancias añadidas que tanto tuvieron que ver con su ejecución. Por eso creo que no he hecho una novela histórica “al uso” y al final de ella defiendo el concepto de “verosimilitud” (lo hago como narrador, no como historiador, repito).

Para mí fue sorprendente que la editorial eligiera un dibujo de Villon cuando uno de los protagonistas era el pintor Ramón Casas. 

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